S. Clarós
Escalada de precios y
desabastecimiento a la vista, que con el concurso de la geoestratégia y la
oligoestratégia de los que aprovechan para hacer su agosto, llámense empresas
eléctricas, vendedores de gas o propietarios de tuberías intercontinentales,
engrosan nubarrones de tormenta, inflación y crisis. Si bien se esperaría un
alivio en este tiempo de recuperación, el devenir no da tregua. Puede
tratarse de coyunturas del mercado o de coincidencia de factores adversos, pero
todo el mundo sabe que el fondo de lo que acontece se llama escasez de recursos
puesto que ya nadie pone en duda que la última oleada tecnológica del
capitalismo industrial, la del siglo veinte, alimentó el monstruo del consumo y
el derroche hasta extremos delirantes. El paradigma tecno-económico de la
producción en masa y la energía del petróleo creó el sentido común de un
progreso sin límites o, lo que es lo mismo, un crecimiento permanente, que
ya llegó a su pico máximo o cenit de extracción para algunos recursos minerales
cómo el petróleo, tal como predijo Hubbert. Un final de fiesta que paradogicamente
no se produce por agotamiento de las reservas materiales y energéticas sino por
la sustitución del metaparadigma por otro nuevo: la digitalización, un conjunto
de innovaciones, productos, nuevas industrias e infraestructuras que inducen un
salto cuántico de la productividad potencial para la inmensa mayoría de las
actividades económicas, modernizando y regenerando el tejido productivo1.
Las innovaciones tecnológicas
son capaces de difundir por toda la economía nuevos insumos que transforman
mediante economías de escala no solo la física del planeta sino también el
sentido común social. Cambia hábitos, valores, incluso la ambición, en
definitiva, el estilo de vida, la política, la cultura. El enorme crecimiento,
fuente de bienestar y progreso en la lógica de aquel sentido común social que
se desarrolló en el pasado siglo, se revolvió contra sus adalides secando el
flujo de recursos que son ahora cada vez menos accesibles, más caros, con
productividades decrecientes. El capital financiero, inquieto, viene retirando
hace ya algún tiempo inversiones del sector petrolero, redirigiéndolas a las
renovables que, junto con la economía circular y la digitalización, conforman
el nuevo metaparadigma. Lo que venimos a llamar el cambio de modelo
productivo. O si se quiere, en versión más popular, la cuarta revolución
industrial. Igual que en las revoluciones industriales precedentes, la
difusión de las nuevas tecnologías por toda la economía trae consigo grandes
cambios estructurales en la producción, la distribución, comunicación y
consumo, así como cambios cualitativamente profundos en la sociedad.
La gran intensidad material y
energética del anterior modelo económico es sustituido ahora por una
utilización intensiva del conocimiento. En la práctica, los bits, que son la
materia prima de la digitalización, no ocupan espació ni tienen peso. Lo que es
genuinamente el producto del proceso digital no es un bien de consumo sino un
servicio, aunque para ello se requieran bienes de equipo e infraestructuras que
consumen energía y materias primas. Me refiero a ello porque hay una crítica a
la transición digital y ecológica que esgrime la insostenibilidad de las propias
infraestructuras de la digitalización (ordenadores, smartphone’s o
captadores fotovoltaicos, como ejemplos) que obviamente conllevan impactos, más
en su producción que en su operación y mantenimiento. La cuarta revolución
industrial tiene pues un carácter re-civilizador ya que busca mejorar la
relación del sistema productivo con el Medio restaurando los efectos del
impacto medioambiental en las fases anteriores, contribuyendo a la lucha contra
el cambio climático. La industria digital es la servi-industria: la
fabricación no es el fin (obtener un bien de consumo) sino el medio para
satisfacer una necesidad. Podemos hablar pues de desmaterialización y de
descarbonización en el sentido de desacoplo entre la economía y el consumo
intensivo de materiales y energía.
Tras la depresión de la
crisis financiera y la pandemia, la recuperación que se espera con la ayuda de
los fondos Next Generation no es una vuelta a la normalidad pre-crisis
ni mucho menos. La nueva fase del ciclo económico corresponde al despliegue de
las nuevas tecnologías con nuevas industrias y negocios a partir de incipientes
startups convertidas ahora en empresas fuertemente creadoras de
ocupación en ámbitos de la sostenibilidad, las renovables, las TIC, la
electrificación, las ciencias de la salud, etc. Sin embargo, el despliegue
implica la necesaria asunción por parte de toda la sociedad del nuevo sentido
común, abandonando para siempre toda esperanza en el viejo paradigma fordista
de la producción y el consumo en masa. Los negocios que no consigan
desacoplarse de su dependencia energética, como estamos viendo estos días con
el cese de producciones de amoniaco debido al fuerte incremento de los precios
del gas, o aquellos que no hayan incorporado el autoconsumo con renovables o
tecnologías digitales, o incluso que no hayan cambiado sus operativas de
transporte se verán lastrados por costes crecientes, y entraran en crisis. El
desabastecimiento de materias primas y la escalada de precios tendrá mayor
incidencia en aquellos países que no han hecho los deberes con cambios
estructurales en su sistema energético para romper dependencias y en sus
políticas industriales de transición ecológica y digital. Lo mismo se puede
decir de los hogares y de las ciudades que no adopten transformaciones que las
hagan más eficientes, y más vivibles.
Pasados más de 10 años después
de la crisis de 2008, empiezan a darse las condiciones institucionales,
políticas y sociales para la transición. El Pacto Verde Europeo y el
conjunto de políticas adoptadas por los países como el Plan de Recuperación,
Transformación y Resiliencia del gobierno español, responden a la necesaria
reindustrialización, que deben ir acompañadas de políticas sociales para evitar
el descuelgue de sectores de la población trabajadora, que debido a brechas de
edad, tecnología, origen etc. son vulnerables ante los cambios que se avecinan.
Ahora el Estado, que debe asumir el protagonismo que cedió en la fase anterior
(la neoliberal), debe intervenir también con políticas para la
reindustrialización de territorios que pierdan su capacidad productiva como
consecuencia del cambio tecnológico, por efecto del cambio climático o del
aislamiento del mundo rural. Éstas son las políticas de Transición Justa
a las que los gobiernos deben dedicar su empeño y acompañar de recursos
suficientes. No olvidemos que el progreso en la nueva fase del ciclo
tecno-económico se basará ahora en que el conjunto de la sociedad sin
excepciones se impregne del nuevo sentido común, abandone la nostalgia de un
tiempo perdido ya irrecuperable. Esas nostalgias se manifiestan todavía en
sectores de la sociedad que se rebelan o resisten ante políticas por ejemplo de
limitación de vehículos en las ciudades (las zonas de bajas emisiones) o persiguen
todavía la ampliación de infraestructuras como puertos o aeropuertos, o niegan
evidencias como el cambio climático o la bondad de las vacunas. Un nuevo
periodo de prosperidad y bienestar no se puede concebir sin contemplar la limitaciones
climáticas y ambientales. Este es el sentido, la orientación y el significado
de la transición que solo tiene una respuesta política: modernizar el Estado,
los gobiernos y los marcos institucionales y reguladores. En conclusión, el
despliegue de esta revolución industrial digital solo se producirá si nos
alejamos a toda prisa del viejo modelo, y concebimos otro crecimiento
desacoplado de lo material aprovechando las tecnologías digitales para
construir un mundo más inclusivo y sostenible.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada