S. Clarós
“La fotografía del amasijo de coches arrastrados y amontonados nos enfrenta impúdicamente, como metáfora visual, a las contradicciones que escondemos bajo las alfombras de nuestro modelo de progreso”
La riada
El amasijo de coches arrastrados y amontonados en las calles por la fuerza del temporal en la Comunidad Valenciana es una de las imágenes impactantes que ha dejado el insólito paisaje de dolor y destrucción acorde con la física del modelo socio-económico industrial y de mercado que no es ajeno a la catástrofe. La fotografía atroz, que ha recorrido el mundo, es una metáfora visual del achatarramiento que produce nuestro modelo de crecimiento. Y nos enfrenta impúdicamente, a semejanza de las plantas de desguace de automóviles, vertederos y otros patios sociales traseros suburbanos, a su inconsistencia y a las contradicciones que escondemos bajo las alfombras del progreso y el bienestar.
Desde hace algunas décadas, que tomamos conciencia de la crisis ecológica, el mundo se debate entre dos fuerzas: una expansiva y otra de contención. La primera, construye en una senda de crecimiento que conduce al colapso. La segunda tiende a retener el caballo desbocado del capitalismo industrial mediante leyes, directivas y regulaciones para mitigar el cambio climático. Andamos simultáneamente caminos antagónicos, generando mucha confusión. Mientras España lidera en estos momentos el mayor crecimiento del PIB de la UE, la bronca política que no cesa y un cierto desánimo social advierten que nos encontramos ante un cambio de paradigma y de escala de los acontecimientos. Mientras tanto, una gota fría en el Mediterráneo occidental, en el levante español, y si se quiere en la huerta valenciana que surtía de cítricos y de vacaciones al Continente y ahora aspira a devenir motor industrial y de progreso con la industria del vehículo eléctrico (VE) en Sagunto, viene no a negar sino ningunear el tan recientemente aclamado informe Draghi que nos alecciona proponiendo una salida a la crisis industrial que se ve envuelta Europa.
El informe Draghi
El cambio de paradigma y de escala revela el nuevo contexto geopolítico: la quiebra de las normas que regían el comercio mundial en tiempos de globalización con vuelta a los aranceles y redireccionamiento del transporte marítimo desde los peligrosos estrechos a las desheladas rutas árticas, al tiempo que dinamitan gaseoductos; Un nuevo mapamundi de la energía renovable y de las materias primas redistribuye pesos y alianzas estratégicas; Una nueva bomba demográfica con oleadas migratorias que sacude las fronteras del mundo económicamente desarrollado. En ese contexto, el informe Draghi para una UE más competitiva trata de como Europa debe reaccionar ante los competidores y principales actores mundiales, China y EEUU, para no perder el tren del cambio de modelo industrial. Enumera como debilidades la fuerte dependencia de materias primas, sobretodo energéticas y de minerales críticos que nos desventaja frente a EEUU y China; la brecha tecnológica abierta respecto de los países asiáticos tras años de deslocalización productiva; o la falta de agilidad y cohesión política de la UE en contraste con unas administraciones, americana y china, mucho menos escrupulosas en materia social, democrática y ambiental y más determinadas en lo económico. El informe, que se propone interrogar nuestro modelo productivo, debería concitar alguna reflexión que trascienda la simple actualización del programa de reindustrialización y crecimiento. Descarbonizar mientras se mantiene la competitividad industrial, aumentando la productividad sin incrementar la intensidad material y energética, son preguntas que no responde Draghi. ¿Cual es el sentido y el valor social que debe orientar las economías europeas más allá de competir? ¿Se pueden apaciguar tensiones geopoliticas sin reducir la dependencia de materias primas críticas, blindándonos ante la inmigración y sin combatir la desigualdad? Más preguntas sin respuesta.
La industria del automóvil
El coche destaca visualmente en la fotodrama de las embarradas calles valencianas, y no es casual. El sector del automóvil, que en 2021 representaba entorno al 10% del valor añadido bruto del sector manufacturero de la UE y el 8% del empleo, es uno de los espejos donde se refleja la merma competitiva de la industria europea. El Sector se ve ahora lastrado por el retraso tecnológico respecto de la industria China de VE, tanto en fabricación de baterías como electrónica embarcada. En los últimos 5 años China se ha convertido en el primer fabricante y exportador de VE con más de 1,5 millones de unidades. La ventaja competitiva de los VE chinos y sus exportaciones se sustentan en: menores costes de producción, subsidios gubernamentales fuera del amparo de las normas internacionales, y la adopción temprana del VE en el propio país. Los aranceles ahora impuestos a las importaciones chinas para proteger nuestra industria europea, de la que España es el segundo fabricante en importancia, amenaza con agravar el conflicto comercial. De momento el mayor fabricante europeo, el grupo Volkswagen, se plantea cerrar fábricas en la misma Alemania, con efectos más que probables en la producción de Seat en Martorell. Cabe preguntar si los europeos estamos aprendiendo algo de las crisis que venimos afrontando hace ya más de una década.
En octubre de 2019, un informe de CCOO, Metamorfosis y Renacimiento del sector de la automoción en Catalunya. Como afronta el sector la revolución de la movilidad sostenible, anticipaba cual era la dirección y la magnitud percibida de la transformación: “El sector del automóvil transita hacia nuevos escenarios tecnológicos, así como de concepto y sentido de su razón de ser. La industria se enfrenta a una reconversión que no es solo tecnológica sino de modelo de negocio. La centralidad del negocio tiende a desplazarse de la producción en masa de vehículos hacia el abastecimiento de servicios de movilidad”. Sin embargo el Sector sigue anclado en el modelo tradicional de fabricación y venta masiva a pesar de que la tectónica que sacude al sector de la automoción tiene su epicentro en un cambio de valores impulsado por la conciencia medioambiental, la cultura digital, los nuevos hábitos de movilidad entre las generaciones más jóvenes y las regulaciones nacionales y supranacionales. Todo ello da por tierra con el objeto icónico del deseo masculinizado de las sociedades industriales interclasistas del siglo pasado que fue el automóvil.
Aprender de la história
La fotografia de la riada explica el modelo ya caduco, donde el automóvil es protagonista invadiendo el espacio urbano ante una red de transporte público metropolitano, en el caso de la conurbación de Valencia, incapaz de articular e irrigar los núcleos urbanos. Ese modelo es el dominante en la mayoría de la ciudades españolas más que las centroeuropeas. A ello se añade la fiebre constructora de los últimos decenios, primando el negocio antes que la seguridad, que ha ocupado imprudentemente los cauces de rieras y desguaces naturales, y ha llenado de hoteles y urbanizaciones la línea litoral desoyendo la anunciada amenaza del aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos extremos.
En Europa y América, el declive empezó cuando la rentabilidad de los negocios industriales disminuyó por una triple presión: el encarecimiento de las materias primas, especialmente el petróleo. Por la presión de los salarios ante el aumento del poder negociador de los trabajadores en el sí de la empresa. Y la presión fiscal también en aumento con el fin de financiar los servicios públicos dirigidos mayoritariamente a las clases medias y trabajadores industriales. Por aquel entonces, años 80, soplaban vientos neoliberales. Los profesores Antonio Martín Artiles (UAB) i Pere Jódar(UPF), explicaban la descentralización productiva: «el capital ha optado por obtener mayor movilidad y flexibilidad frente al Estado y las relaciones laborales, con el objetivo de recomponer las relaciones de fuerza. Esto es: gobernabilidad en la empresa, flexibilidad en el mercado de trabajo y recuperar la tasa de ganancias». El neoliberalismo extendido por Occidente desregulaba el mercado laboral para anular la fuerza sindical y hacía recortes y privatizaciones en la educación y la sanidad. Al tiempo que las empresas industriales desplazaron la producción más intensiva en mano de obra a terceros países con costes inferiores. Entrados los 90, las empresas europeas deslocalizaban las manufacturas al continente asiático, y Volskwagen, líder de automoción en Europa, exprimía los últimos réditos de los motores diésel como si se tratara de la gallina de los huevos de oro, aun a sabiendas de su obsolescencia. Mientras tanto, chinos, coreanos, taiwaneses… reinventaban, esta vez no desde un garaje en Nagoya o San Francisco sino a pié de fábrica, replicando la tecnología occidental, abriendo camino a la nueva tecnología con las baterías de ion-lítio, los semiconductores de alta integración, paneles fotovoltaicos, pantallas planas con tecnología CMOS, y más. Hoy llevan una ventaja tecnológica ya inalcanzable para la vieja industria europea.
El mensaje de Draghi hay que interpretarlo en clave de cambio de modelo. La industria europea del automóvil no podrá competir en fabricación con la industria china sino es con una reconversión hacia un nuevo modelo de movilidad sostenible enfocada a la fabricación local de vehículos e infraestructuras de transporte público colectivo. Un modelo de economía circular que en lugar de fabricar, usar y achatarrar, dé segundos usos a los vehículos, recicle las baterías y todos sus componentes. Un modelo de uso no de propiedad del vehículo sino de alquiler del servicio que presta. Políticas de reducción del transito privado en beneficio del transporte colectivo y de la mejora ambiental en las ciudades. Mayores inversiones enfocadas a la investigación en nuevos materiales que sustituyan a las tecnologías actuales. Políticas urbanísticas responsables que consuman menos territorio con núcleos urbanos conectados y articulados con infraestructuras de movilidad, suministro energético y de agua, que no sobrepase las capacidades del territorio. Europa puede y debe reindustrializarse pero abandonando los viejos modelos de progreso que nos han llevado hoy al borde del colapso.