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dijous, 28 d’octubre del 2021

¿Nos enfrentamos irremediablemente a la escasez?

 


S. Clarós


Europa se prepara para hacer frente a un invierno con los precios disparados del gas y la electricidad que amenaza con una ola inflacionista y de escasez en los mercados mundiales. El aumento del precio de la electricidad, originado por la cotización internacional del gas, ha pillado por sorpresa a todo el mundo. Los gobiernos están viendo qué medidas tomar para evitar que el coste del kilovatio-hora penalice en exceso a los hogares pobres y la competitividad de las empresas electrodependientes. Algunas han cerrado producciones por falta de rentabilidad. El margen de maniobra que se otorgan es estrecho, remitiéndose a medidas de absorción del sobrecoste eléctrico con cargo a los presupuestos del Estado, unas medidas difíciles de sostener en el tiempo si la crisis se alarga.  Ni Sánchez ni Macron quieren pensar en la que se avecina con una oposición enloquecida que aprovecha la crisis para reclamar incluso que se quiten las “barreras sindicales” (¿qué estarán insinuando?) y unos ciudadanos con chalecos amarillos tomando las calles en protesta por algo cuya solución no se encuentra en sus manos. 

Pero lo que realmente debería sorprender es que gobiernos y empresarios, sobre aviso desde hace al menos una década de la escasez que se avistaba, superado el pic-oil y ante las tensiones que ello acarrearía en los mercados internacionales, no tomaran medidas antes.  Cabe recordar la fuerte escalada de precios del petróleo que superó los 140 dólares el barril durante el verano de 2008. Las causas del encarecimiento de la energía son complejas, a veces influidas por circunstancias aleatorias o poco previsibles, pero hay una que es muy previsible: cuando un recurso no renovable supera su zenit de extracción tiende a la escasez, al desabastecimiento y en consecuencia al encarecimiento. A ello, sumémosle las medidas de reducción de emisiones para frenar el cambio climático, que llevan ya tiempo desincentivando las inversiones en combustibles fósiles, y añadamos los efectos geopolíticos y especulativos en manos de cárteles y oligopolios que pueden actuar de desencadenantes. Sin embargo, la fuerza motora principal de la subida de precios está escrita con la simplicidad y la lógica de los indicios del fin del modelo energético fósil. Ya nadie con información puede negarlo. 

La misma lógica hay que aplicarla a otras materias primas minerales no energéticas como determinados metales o algunos productos y elaborados alimentarios sujetos a costes de energía o de transporte, que viene a ser lo mismo. ¿Quiere ello decir que nos enfrentamos irremediablemente a la escasez y el encarecimiento generalizado? Lo que nos está indicando es algo que ya sabíamos: que para no tener sobrecostes energéticos debemos transitar hacia el nuevo modelo energético basado en el ahorro y la eficiencia, la generación renovable y la economía circular. La escasez no es una propiedad atribuible a nada sino la consecuencia de algo. Es la consecuencia de no adaptarse al cambio. Los que hayan hecho inversiones en renovables, promovido una movilidad eléctrica o sostenible, tengan soberanía tecnológica porque han invertido en R+D, reducen el consumo de carne, tienen un mercado de trabajo justo, por poner ejemplos, surfearan mejor la ola. De esta crisis solo se sale por la senda del cambio.

A tenor de los debates suscitados y de las medidas que se proponen para hacer frente a ese invierno, como si se tratara de una tormenta pasajera de la que hay que cobijarse, da la sensación de que no se está por la labor. Enmascarar el precio de la energía con rebajas de impuestos o incluso con ayudas de escudo social no da señales de mercado para reaccionar en consecuencia. Seré grafico: no se trata de subvencionar el kilovatio-hora para continuar usando la secadora eléctrica sino de volver a tender la ropa al sol. Leo que los agricultores franceses van a abandonar los cultivos de maíz porque el secado con gas natural se ha puesto por las nubes y no sale a cuenta. Sin embargo, recuerdos de mi infancia me retrotraen a un secado sin coste con las mazorcas colgadas del techo. Alguien me dirá que no está la cosa para regresos al neolítico. Pues la historia juzgará si nuestra propensión al irracional derroche energético del transporte de mercancías global y del turismo de masas de bajo coste doméstico y altísimo coste medioambiental es fruto de la inteligencia y el progreso o es simple estupidez humana.      

Una reflexión final. El mundo evoluciona entre la destrucción y la construcción. El volcán de la isla de La Palma en erupción estos días sugiere esta imagen de devastación ante la expectante mirada impávida de quien se debate entre la emoción y la conmoción. La oscilación del ciclo económico en el capitalismo hay que leerla en este orden para comprender: primero destrucción y luego recuperación y reconstrucción. Estamos en la reconstrucción, y sin embargo paradogicamente todo parece hundirse de nuevo ante unos índices devastadores de inflación con amenaza de colapso. Precisamente la salida está ahí y solo ahí. La reconstrucción precisa acabar con todo aquello que está anclado al modelo de la economía fósil y lineal. Consiste en eso, soltar los lastres del consumo y de la dependencia material. Sobrevivirán los que sepan tender de nuevo la ropa al sol.      

dijous, 7 d’octubre del 2021

Escasez y cambio de paradigma

S. Clarós

Escalada de precios y desabastecimiento a la vista, que con el concurso de la geoestratégia y la oligoestratégia de los que aprovechan para hacer su agosto, llámense empresas eléctricas, vendedores de gas o propietarios de tuberías intercontinentales, engrosan nubarrones de tormenta, inflación y crisis. Si bien se esperaría un alivio en este tiempo de recuperación, el devenir no da tregua. Puede tratarse de coyunturas del mercado o de coincidencia de factores adversos, pero todo el mundo sabe que el fondo de lo que acontece se llama escasez de recursos puesto que ya nadie pone en duda que la última oleada tecnológica del capitalismo industrial, la del siglo veinte, alimentó el monstruo del consumo y el derroche hasta extremos delirantes. El paradigma tecno-económico de la producción en masa y la energía del petróleo creó el sentido común de un progreso sin límites o, lo que es lo mismo, un crecimiento permanente, que ya llegó a su pico máximo o cenit de extracción para algunos recursos minerales cómo el petróleo, tal como predijo Hubbert. Un final de fiesta que paradogicamente no se produce por agotamiento de las reservas materiales y energéticas sino por la sustitución del metaparadigma por otro nuevo: la digitalización, un conjunto de innovaciones, productos, nuevas industrias e infraestructuras que inducen un salto cuántico de la productividad potencial para la inmensa mayoría de las actividades económicas, modernizando y regenerando el tejido productivo1. 

Las innovaciones tecnológicas son capaces de difundir por toda la economía nuevos insumos que transforman mediante economías de escala no solo la física del planeta sino también el sentido común social. Cambia hábitos, valores, incluso la ambición, en definitiva, el estilo de vida, la política, la cultura. El enorme crecimiento, fuente de bienestar y progreso en la lógica de aquel sentido común social que se desarrolló en el pasado siglo, se revolvió contra sus adalides secando el flujo de recursos que son ahora cada vez menos accesibles, más caros, con productividades decrecientes. El capital financiero, inquieto, viene retirando hace ya algún tiempo inversiones del sector petrolero, redirigiéndolas a las renovables que, junto con la economía circular y la digitalización, conforman el nuevo metaparadigma. Lo que venimos a llamar el cambio de modelo productivo. O si se quiere, en versión más popular, la cuarta revolución industrial. Igual que en las revoluciones industriales precedentes, la difusión de las nuevas tecnologías por toda la economía trae consigo grandes cambios estructurales en la producción, la distribución, comunicación y consumo, así como cambios cualitativamente profundos en la sociedad.    

La gran intensidad material y energética del anterior modelo económico es sustituido ahora por una utilización intensiva del conocimiento. En la práctica, los bits, que son la materia prima de la digitalización, no ocupan espació ni tienen peso. Lo que es genuinamente el producto del proceso digital no es un bien de consumo sino un servicio, aunque para ello se requieran bienes de equipo e infraestructuras que consumen energía y materias primas. Me refiero a ello porque hay una crítica a la transición digital y ecológica que esgrime la insostenibilidad de las propias infraestructuras de la digitalización (ordenadores, smartphone’s o captadores fotovoltaicos, como ejemplos) que obviamente conllevan impactos, más en su producción que en su operación y mantenimiento. La cuarta revolución industrial tiene pues un carácter re-civilizador ya que busca mejorar la relación del sistema productivo con el Medio restaurando los efectos del impacto medioambiental en las fases anteriores, contribuyendo a la lucha contra el cambio climático. La industria digital es la servi-industria: la fabricación no es el fin (obtener un bien de consumo) sino el medio para satisfacer una necesidad. Podemos hablar pues de desmaterialización y de descarbonización en el sentido de desacoplo entre la economía y el consumo intensivo de materiales y energía.

Tras la depresión de la crisis financiera y la pandemia, la recuperación que se espera con la ayuda de los fondos Next Generation no es una vuelta a la normalidad pre-crisis ni mucho menos. La nueva fase del ciclo económico corresponde al despliegue de las nuevas tecnologías con nuevas industrias y negocios a partir de incipientes startups convertidas ahora en empresas fuertemente creadoras de ocupación en ámbitos de la sostenibilidad, las renovables, las TIC, la electrificación, las ciencias de la salud, etc. Sin embargo, el despliegue implica la necesaria asunción por parte de toda la sociedad del nuevo sentido común, abandonando para siempre toda esperanza en el viejo paradigma fordista de la producción y el consumo en masa. Los negocios que no consigan desacoplarse de su dependencia energética, como estamos viendo estos días con el cese de producciones de amoniaco debido al fuerte incremento de los precios del gas, o aquellos que no hayan incorporado el autoconsumo con renovables o tecnologías digitales, o incluso que no hayan cambiado sus operativas de transporte se verán lastrados por costes crecientes, y entraran en crisis. El desabastecimiento de materias primas y la escalada de precios tendrá mayor incidencia en aquellos países que no han hecho los deberes con cambios estructurales en su sistema energético para romper dependencias y en sus políticas industriales de transición ecológica y digital. Lo mismo se puede decir de los hogares y de las ciudades que no adopten transformaciones que las hagan más eficientes, y más vivibles.

Pasados más de 10 años después de la crisis de 2008, empiezan a darse las condiciones institucionales, políticas y sociales para la transición. El Pacto Verde Europeo y el conjunto de políticas adoptadas por los países como el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del gobierno español, responden a la necesaria reindustrialización, que deben ir acompañadas de políticas sociales para evitar el descuelgue de sectores de la población trabajadora, que debido a brechas de edad, tecnología, origen etc. son vulnerables ante los cambios que se avecinan. Ahora el Estado, que debe asumir el protagonismo que cedió en la fase anterior (la neoliberal), debe intervenir también con políticas para la reindustrialización de territorios que pierdan su capacidad productiva como consecuencia del cambio tecnológico, por efecto del cambio climático o del aislamiento del mundo rural. Éstas son las políticas de Transición Justa a las que los gobiernos deben dedicar su empeño y acompañar de recursos suficientes. No olvidemos que el progreso en la nueva fase del ciclo tecno-económico se basará ahora en que el conjunto de la sociedad sin excepciones se impregne del nuevo sentido común, abandone la nostalgia de un tiempo perdido ya irrecuperable. Esas nostalgias se manifiestan todavía en sectores de la sociedad que se rebelan o resisten ante políticas por ejemplo de limitación de vehículos en las ciudades (las zonas de bajas emisiones) o persiguen todavía la ampliación de infraestructuras como puertos o aeropuertos, o niegan evidencias como el cambio climático o la bondad de las vacunas. Un nuevo periodo de prosperidad y bienestar no se puede concebir sin contemplar la limitaciones climáticas y ambientales. Este es el sentido, la orientación y el significado de la transición que solo tiene una respuesta política: modernizar el Estado, los gobiernos y los marcos institucionales y reguladores. En conclusión, el despliegue de esta revolución industrial digital solo se producirá si nos alejamos a toda prisa del viejo modelo, y concebimos otro crecimiento desacoplado de lo material aprovechando las tecnologías digitales para construir un mundo más inclusivo y sostenible.   

 

 



1  Revoluciones tecnológicas y capital financiero, Carlota Pérez, Siglo xxi editores, SA, 2004.

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